Cuentaconmigo: Cuentos Personalizados

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domingo, 17 de abril de 2011

QUICO EL NIÑO QUE NO QUERÍA APRENDER A LEER

Erase que se era un niño que no le gustaba leer. Sus padres cuando llegaba del colegio siempre le decían:

-         ¡Quico tienes que leer! ¡Venga vamos a leer un bonito cuento!
 Pero él, les respondía enfadado:
-         ¡No, que me gusta leer! ¡Es aburrido y no quiero!
Sus padres estaban hartos de aquella actitud. Así que un buen día, le dijeron:
-         ¡Está bien! De hoy en adelante, no te vamos a obligar a leer. Pero te advertimos, un día necesitarás saber hacerlo. Y ese día te acordarás de la importancia que tiene y te darás cuenta que nosotros siempre queremos lo mejor para ti.
Pero el niño siguió en sus trece y no aprendió a leer, ni aun después, de la advertencia que le habían hecho sus padres.
Y llegó el verano y con él las vacaciones, y Quico había terminado el curso sin haber aprendido a leer, por supuesto, en el colegio le habían suspendido y hecho una advertencia: o aprendía a leer en verano o tendría que repetir curso. Pero eso a él, le daba igual.
No le importaba que los niños se riesen de él, creía que leer era una tontería y que no servía para nada. Uno se pasaba mucho mejor viendo películas y jugando a los videos juegos y con sus argan bois.
Con las vacaciones, sus padres decidieron ir a un pueblecito de la costa, al igual que hacían todos los años. Allí, Quico se reencontró con sus amigos. Cada mañana, todos ellos leían un rato, hacían deberes, pero él seguía sin querer aprender a leer. Pasaron los días y dos de sus mejores amigos le dijeron que se tenían que ir.
Quico se puso muy triste, pero éstos le dijeron:
-         No te preocupes nos escribiremos emails, y así será, como si estuviésemos aun juntos.
Quico les dijo que no sabía leer ni escribir. Sus amigos no podían creerselo.
-         ¡Qué dices! ¡Eso es terrible! - Exclamaron.
El pequeño por primera vez se sintió mal, pero siguió pensando que era mejor jugar que perder el tiempo aprendiendo a leer.
Al día siguiente, sus padres, su hermana y él fueron de excursión a la Colina de la Unta, una bonita montaña. Comenzaron a andar, hasta que de pronto Quico que como siempre iba distraído, se alejo de su familia. De pronto, el pequeño miró hacia todos los lados y se percató de que se había perdido.
Corrió y corrió, pero por mucho que gritaba y les llamaba, no los encontraba. Cuando se cansó de gritar, decidió seguir andando.
De pronto, se encontró ante un cruce de caminos. Allí, había varios letreros y cada uno de ellos explicaba a que lugar te llevaban. Pero como Quico no sabía leer no podía saber cuál de ellos debía seguir. Así que se puso a sollozar desconsoladamente.
Cuando por fin cesó de llorar, se puso a pensar en todas las veces qué sus padres le habían dicho que tenía que aprender a leer. Ellos tenido razón. “¡Ojala les hubiese hecho caso y hubiese aprendido a leer! Ahora no me encontraría en esta situación y sabría cual es el camino que debo seguir”, pensó Quico.
Entonces se dio cuenta, que haber desobedecido a sus padres, le había llevado a aquella situación. Estaba solo y desamparado, sin saber que camino seguir.
Así que Quico sin ningún tipo de criterio, decidió coger el camino de la derecha, le parecía el más corto. Comenzó a andar sintiéndose muy solo, pero como siempre suele pasar, aquel camino no le condujo hacia su familia, sino que le llevo hasta lo alto de una colina. Desde allí se veía todo el horizonte, pero lo que no veía era a su familia.
Siguió andando y volvió a encontrarse con otros tres letreros con indicaciones, pero de nada le servió ya que no sabía leer.Y volvió a dejarse guiar por el azar, cogiendo de nuevo el camino equivocado. Estuvo andando durante largo rato, hasta que encontró de nuevo un letrero con letras rojas que indicaba que aquel camino era peligroso. Pero Quico como no sabía leer siguió avanzando, pocos pasos más adelante volvió a ver de nuevo otro letrero, que al igual que el anterior tenía unas grandes letras rojas. Esta vez se puso a llorar desconsoladamente. ¡Qué tonto había sido!, pensó. No dejaba de pensar, “¡Ojala, hubiese hecho caso a mis padres y me hubiese esforzado y aprendido a leer! De este modo, no me encontraría en esta situación. Ellos me lo advirtieron y yo no les hice caso”.
Siguió caminando muy apesadumbrado, y de pronto cuando Quico iba a dar un paso hacia delante y caer por un terraplén, oyó la voz de sus padres:
-         ¡Quico, Quico!
El pequeño paró en seco y gritó:
-         ¡Estoy aquí! ¡Venid a buscarme!
Sus padres al oír su voz, corrieron desesperadamente, pues habían pasado por el letrero que advertía del peligro que se corría por aquel camino.
Y así llegaron, en el momento en que Quico iba a dar un paso hacia el abismo. En ese momento, Quico sintió como su pie caía y que con él todo su ser, pero la mano de su padre le sujetó y no le dejó que se desplomara.
Quico abrazó a su padre y entre sollozos le dijo a sus padres:
-     ¡Teníais razón! He sido muy cabezón y no os hice caso. ¡Perdonarme! Por favor. No volveré a desobedeceros. A partir de hoy voy a aprender a leer y a escribir, y seré el mejor estudiante de cuantos haya habido en el colegio, porque he aprendido una gran lección, y ahora sé lo importante que es saber leer.
Sus padres le abrazaron y todos volvieron felices a casa.
Quico cumplió su palabra, y aprendió a leer y a escribir en seguida, por supuesto, con mucho esfuerzo y con la ayuda y el cariño de sus padres.
Todos los días, Quico leía cuentos, comics..., pero lo más sorprendente fue que le encantaba hacerlo.
En el colegio sus profesores se sintieron muy felices de ver el cambio de Quico y hasta le pusieron un sobresaliente en lectura y escritura. También sus padres se sintieron los padres más orgullosos del mundo. Pero el que más orgulloso y feliz se sintió fue Quico, y fue por eso, que escribió este hermoso cuento.

Y COLORÍN COLORADO ESTE CUENTO SE HA ACABADO. 

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